4) San Juan de Letrán – Tal vez la Puerta Santa más antigua, además de la catedral de Roma, aunque si no fuera por los incansables voluntarios del jubileo que permanecen a su alrededor, sería difícil de distinguir. Hay unos pequeños recortes de flores de plástico, que tal vez decorarían mejor un puesto callejero de gelato, y un par de plantas en macetas también de adorno. Los peregrinos se quedan un poco perplejos, sin saber qué hacer una vez llegados al lugar, puesto que no hay señales que expliquen las condiciones para la indulgencia, ni tampoco textos con oraciones que ayuden a solemnizar esta ocasión. Además del hecho de que las puertas de bronce de Floriano Bondini jamás podrían confundirse con las “puertas del paraíso” de Ghiberti en Florencia, lo primero que afrontará el peregrino a su llegada es una barrera de madera… que no es precisamente el símbolo de misericordia más apropiado.
Por otro lado, hay muchos confesores disponibles, montones de lugares donde rezar y, tan pronto cruzas la barrera, encuentras el fresco de Giotto del primer año jubilar de la historia, declarado por Bonifacio VIII en el 1300.
2) San Pablo Extramuros – San Pablo recibe al agotado peregrino con un oasis de paz. La hierba verde, las palmeras altas y la silenciosa estatua del Apóstol de los Gentiles favorecen un cambio de actitud hacia la contemplación. Incluso hay una forma de agilizar el tránsito de las líneas de seguridad: emula a los apóstoles y “no lleves nada (…) ni bastón, ni bolsa” (Lc 9:3) y podrás acceder por la entrada lateral. La Puerta Santa de San Pablo tiene una ventaja injusta: lleva más tiempo funcionando que el Año Santo, así que después de pasar la primera serie de puertas modernas, mira de nuevo y verás las increíbles puertas de bronce de 1070. Hay instrucciones claras en varios idiomas antes de las puertas que permiten al peregrino prepararse adecuadamente. El umbral está cubierto con una alfombra roja (¿quién dijo que uno no puede arrepentirse con estilo?) y el peregrino se aproxima al altar de malaquita presidido por una cruz mayor y un cuenco de agua bendita. Ya has llegado. Luego, a unos 100 metros con confesores marcando el camino, se encuentra la tumba de San Pablo, donde encontrarás más instrucciones para la indulgencia. Si sumamos los generosos e impecables lavabos, esta es la basílica más misericordiosa.
1) Basílica de San Pedro A pesar de la multitud y la seguridad y la “inscripción de peregrinos”, es imposible mejorar la experiencia de la Puerta Santa de San Pedro. Los peregrinos inscritos comienzan en el Castel Sant’Angelo y reciben una cruz jubilar que habrán de portar a lo largo de la Via della Conciliazione (que precisamente significa Camino de la Reconciliación). También reciben oraciones para recitar y una lista con las condiciones de la indulgencia. Cuando se ve a los rezagados recuperar su sitio dentro de los grupos organizados, entendemos el significado de ecclesia, una convocatoria, una ceremonia, una asamblea de personas. Una diligente línea de seguridad permite una entrada relativamente ágil; sin embargo, el tráfico en la Puerta Santa es un problema (se cruza con el flujo de turistas de los Museos), pero los voluntarios despejan el camino para los peregrinos. No se permiten fotos en esta puerta (no es una ocasión para presumir con selfies) y tampoco hay decoración, pero es imposible no identificar el lugar. Para sorpresa, son las puertas más pequeñas de la fachada, pero son una obra espléndida en bronce de la mano de Vico Consorti en 1949. Mientras entras, te reciben a la altura de los ojos imágenes de perdón: la mujer que limpió los pies de Jesús con sus lágrimas, Jesús diciendo a Pedro que debe perdonar “no hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”, Pedro pidiendo perdón por su traición, y la Crucifixión de Cristo. Tras caminar a través de estas ilustraciones de redención, de inmediato nos asalta el alto precio de nuestra salvación con la Pietà de Miguel Ángel, estratégicamente situada junto a la Puerta Santa. Al mirar el cuerpo sin vida de Cristo, Miguel Ángel dirige nuestra atención hacia María, nuestra guía. El escultor florentino nos muestra la firme confianza de María en Dios, solemne pero calmada, abrazando la divina voluntad incluso en la hora más oscura. Ella es el ejemplo a seguir para confrontar los desafíos que se nos presenten en nuestro estado renovado.